domingo, 26 de mayo de 2013

El Cartaginés y la espera que no desespera


Lo que pasó ayer en Cartago fue una de esas imágenes de vida que quedarán guardadas para siempre en mi disco duro mental. Me dio curioisidad y me fui con dos amigos más desde Alajuela a ver el partido de la final donde había que verlo, no en el Rosabal Cordero, sino en el “Fello” Meza.

La ventaja de dos goles daba para pensar que el equipo con la mejor defensa del torneo iba por fin, después de 73 años, a volver a saborear un campeonato. La celebración iba a ser épica. Cartago se iba a caer.

Dejé el carro en la casa de un amigo del trabajo y nos fuimos para el estadio, donde las pantallas gigantes, la música de Percance y el calor de la gente hacía contraste con la oscuridad y las brumas que predominaban en el cielo de la antigua capital. Desde una hora antes el ambiente era de fiesta. Los aficionados estaban listos para celebrar algo inédito para prácticamente todos: un torneo que se quedaba en sus vitrinas.

Me tocó sentarme a la par de un chavalillo joven, quizá tenía unos 18 – 19 años, que estaba con la que asumo era su novia. Flaquillo, buena gente. Desde que empezó el partido pude percibir su nerviosismo y que ponía atención a mis poco doctos comentarios sobre el partido.

La estúpida expulsión de Villalobos Chang en el primer tiempo fue más sombrío que la neblina y el viento que hacía a las 9 de la noche. El chiquillo se tapó la cara, como presagiando que, una vez más, los cartagos serían testigos de una celebración ajena.

En el medio tiempo le hablé, le dije que no perdiera la fe, que es en momentos como esos cuando los verdaderos hombres salen a relucir y que estaba seguro (aunque no lo estaba) que Cartago podía aguantar medio tiempo sin recibir un gol. Y lo “maté” diciéndole: “yo soy de Alajuela y liguista y le aseguro que en este momento todo el país excepto los heredianos los estamos apoyando, ¡no se sienta solo!”.

Pero de poco me duró las ínfulas con la caída del segundo gol al puro inicio del segundo tiempo, y ahí sí, el sufrimiento para los dos. Obvio el mío no se comparaba con el de él. Yo quería que Cartaginés fuera campeón pero más por lástima que por otra cosa. Él lo anhelaba porque es aficionado de un club que celebró sus tres campeonatos cuando aún el Siglo XX era joven y que, por lo tanto, solo recuerda glorias pasadas, glorias nunca vividas.

En fin, con el tercer gol de Heredia las cosas ya eran desesperantemente tristes. Cartago no reaccionaba y mi nuevo compita estaba más que compungido. Sin embargo no hizo las de muchos otros, que sin terminar siquiera el primer tiempo extra estaban dejando las graderías del estadio.

Y de pronto, ese sufrimiento tuvo su premio: Moreira regaló un gol a la afición de la vieja metrópoli y, por un momento, los cartagos se sintieron campeones. Celebré el gol con el chiquillo y le dije “ve, por eso no hay que perder la fe”, y él no me dijo nada, pero con el brillo de sus ojos y su sonrisa tímida me lo dijo todo. No hicieron falta las palabras.

¿Qué importa ya si en penales no ganaban? Por lo menos quedaba la satisfacción que la serie quedaría empatada y que pudieron celebrar un gol. Hasta que por fin llegaron los tiros libres desde el punto blanco y ahí sí, toda esperanza murió.

Me volví y le dije “no hay por qué bajar la cabeza, ustedes hicieron un excelente campeonato, lo importante ahora es que los jugadores y todo el mundo aquí crea en que se pueden lograr las cosas”. Él nada más me dijo un "gracias" con cara de resignación y una sonrisa medio forzada, pero al final de cuentas, también de medio consuelo.

Pero sin duda, la lección me la dio la afición. Cuando iba a recoger el carro para regresar a Alajuela, más temprano de lo previsto, pensé que iba a ser fácil salir de Cartago porque nadie iba a celebrar. Error. Ellos salieron con sus banderas y pitos, hubo gente en media calle gritando el ya conocido “Vive, Vive”. Dejar la ciudad fue complicado por las presas pero también por la euforia de la gente. La frase de cierre me la gritó un chavalo que iba manejando un 4x4 a la par mía, como si él hubiera adivinado que nosotros no teníamos vela en el entierro: “¡esa es la diferencia de nuestra afición a la del resto, nosotros no necesitamos ser campeones para celebrar, esto va más allá de quedar primeros. Celebramos el esfuerzo y las ganas, por eso somos lo que somos, somos cartagos!”.


Al final, sí. La moraleja de la noche fue exactamente esa. En un mundo acostumbrado a que el éxito se lo deja solo aquél que llega primero, solo el que triunfa, solo el que pasa por encima del resto, la afición brumosa ayer me dejó una lección escrita en azul: el esfuerzo, el mérito, también deben celebrarse aunque al final las cosas no salieran como estaban previstas. Porque la diferencia entre los fieles del cartaginés y de los otros equipos es muy clara (incluyan obviamente a La Liga): ellos no necesitan de resultados para amar a su institución. Es un cariño desinteresado. Una lección grande, sin duda, para una sociedad tan ansiosa de premios, méritos y condecoraciones. Porque para ellos, independientemente de la posición en la tabla, Cartaguito siempre será campeón.